Escribir para no olvidar

“Hay recuerdos que no caben en una foto.
Por eso los escribimos.”


El cuaderno estaba en la misma repisa de siempre.
Un poco doblado en las esquinas, con manchas de café en la tapa.
Nadie lo había tocado en meses.
O tal vez años.
Pero seguía ahí, como si esperara el momento exacto para ser abierto otra vez.

Isabel lo bajó con cuidado.
Le temblaban los dedos.
No por miedo, sino porque sabía que ese cuaderno no contenía solo palabras.
Sino fragmentos suyos.

Historias que había escrito para no olvidar.
El aroma de la sopa que hacía su abuela.
El crujido de las hojas secas en un otoño donde aún estaba viva su madre.
Las carcajadas con su hermana en una noche sin electricidad.
La voz de alguien que ya no llama.


Escribir no siempre se trata de ser leídos.
A veces es simplemente un acto de rescate.

Porque el tiempo borra.
Los días se mezclan.
Y los rostros se desdibujan como tinta bajo la lluvia.
Pero lo que escribimos permanece.

Un poema.
Un párrafo suelto.
Una carta que nunca enviamos.
Todo eso nos pertenece más que la memoria.


Isabel leyó en voz baja una frase que había escrito cinco años atrás:

“Prometo no dejar de escribirte, aunque el mundo me obligue a olvidarte.”

Cerró el cuaderno.
Sonrió.
Y entendió que escribir era también una forma de seguir amando.


Porque las palabras también son refugio


Hoy, abre ese cuaderno.
Escribe algo, aunque no sepas por qué.
Tal vez estés salvando un pedazo de ti del olvido.